miércoles, 29 de diciembre de 2010

Rafael Barrett - "A los inmigrantes españoles"

En el vídeo que os presentamos a continuación, exponemos el texto “A los inmigrantes españoles”, escrito por Rafael Barrett en el año 1904. Se trata de uno de los primeros escritos que realiza, mientras se encuentra en Paraguay. En este momento de su vida, para Barrett, España, su patria, está muy presente.








A los inmigrantes españoles
Rafael Barrett

Pasaba el otro día por la dársena y he presenciado conmovido el desembarco de una muchedumbre de jóvenes españoles, que en la plenitud de la vida y de las esperanzas, vienen a conquistar su pan y su felicidad.
Soy el compañero de estos luchadores: para mí, como para ellos, está muy distante la victoria; por eso les comprendo y les amo, y les hablo así:

Dejáis el inmenso transatlántico, sobre cuya cubierta habéis soñado tantas serenas noches, mientras mirabais absortos subir al firmamento estrellas nunca vistas, y pisáis con secreta angustia esta tierra prometida a vuestras ilusiones... quizá vendida a vuestros desengaños.

Yo seguiría vuestros primeros pasos vacilantes por el laberinto de la colosal metrópoli sudamericana. Con un humilde lío de ropa a la espalda, y en la mano la carta al paisano que os abrazará con hambre, mareados y perdidos por estas calles sin fin, creéis que el piso oscila aún bajo vuestros pies, y una tristísima sensación de abandono os pone un nudo en la garganta.

Yo quisiera acompañaros y devolveros en ese minuto de desaliento la conciencia de vuestra juventud, de vuestro empuje. ¡Sois tan buenos, tan niños! Venís llenos de salud y de ingenuidad. Traéis los rostros oreados por las brisas natales... es que ayer dormíais bajo los castaños de Galicia, o robabais su azahar a los naranjos de Levante; me parecéis un manojo de flores, frescas de rocío, recién cortadas del jardín querido de la patria. No perdáis jamás ese perfume divino. Que cuando volváis a la madre que nunca muere, os reconozca como hijo suyo a la primera mirada. Pensad que no venís aquí a entregar pasivos vuestro ser, sino a desarrollar vuestra personalidad al mismo tiempo que empleáis vuestras energías. Seréis precisamente tanto más útiles cuanto más hombres. Los poderosos de la Tierra envían a estas regiones el capital, monstruo inerte sin sangre ni ideas. Pero vosotros traéis un cuerpo y una inteligencia: corazón y músculos.

Sed honrados: rechazad de vuestro espíritu proyectos de enriquecimiento rápido, de golpes de suerte. Sois trabajadores, y no piratas. Os dirán que los tiempos están malos, que la competencia es terrible, que Buenos Aires no es lo que era antes. Admitido, y así aceptaréis desde luego la vida de privación y lucha que os espera. Estad ciertos de que la única prosperidad duradera y digna es la cimentada en el sacrificio y de que sólo el dolor es fecundo. Sufriréis y venceréis.

Decid a este suelo: "No venimos a ti como nuestros antepasados de cuatro siglos, armados de espadas y de lanzas, sino de hoces y de arados; no venimos a regarte con la sangre de tus habitantes, sino con el sudor de nuestras frentes; somos menos heroicos, pero más santos. Si ellos han dado a la historia una leyenda, nosotros le daremos la realidad de mañana".

Volved la mirada allá y pensad: "Podrá el infortunio achicar el territorio de la patria, pero la idea de la patria es infinita. España está presente donde haya un corazón sincero que la ame. No porque la distancia y los años nos aparten habitamos menos en ella que cuando jugábamos de chicos a la sombra feliz de sus árboles. La llevamos con nosotros, y la haremos más grande al hacernos mejores y más fuertes. Nuestros hijos nacerán quizá lejos de donde nosotros nacimos; pero necesario será que nuestros huesos duerman bajo la tierra sagrada cuya silueta enorme, del otro lado de los mares, a través de la bruma, se levanta en silencio, esperándonos siempre. Vivamos con los ojos puestos en ella, tan unidos a ella que sus alegrías sean nuestras mayores alegrías, y que sintamos, a la vez, el golpe de sus desgracias todos los españoles desparramados por el mundo, como tiemblan a la vez las innumerables hojas de la encina cuando el hacha del leñador se abate sobre el tronco".




Editado por: Nuria Martínez Tezanos y Soraya Salas Torre

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